El miedo desde un prisma diferente.

El miedo desde un prisma diferente.

 

Hoy vamos a utilizar este espacio para abordar el miedo desde un prisma diferente. El miedo es una emoción con la que todos hemos tenido que lidiar bastantes veces a lo largo de nuestra vida. Como con todas las emociones, cada persona tiene una relación diferente con el miedo dependiendo de sus experiencias, de los recursos que ponga en marcha para afrontarlo, y de su idioma emocional, entre otras cosas.

Ante el miedo se dan respuestas defensivas típicas que incluyen la parálisis, la lucha o la huida. La función protectora de estas respuestas es evidente, sin embargo, cuando se trata de reacciones demasiado intensas o prolongadas en el tiempo pueden resultar dañinas para nuestro sistema físico y mental. A continuación, vamos a desarrollar las características de cada una de las respuestas:

  • Parálisis: Ocurre las veces que el instinto de supervivencia entiende que es más adaptativo quedarse totalmente parado ante ciertos estímulos. Podemos observar que este es un mecanismo de defensa que ponen en marcha muchos animales con el objetivo de no llamar la atención de sus depredadores.
  • Lucha: Se producen una serie de cambios fisiológicos en el cuerpo con el fin de proporcionar un incremento de fuerza como anticipación para luchar. Ayudando todo esto a la puesta en marcha de estrategias que hacen que la lucha sea más efectiva.
  • Huida: Se ponen en marcha estrategias que nos llevan a alejarnos de ese estímulo que amenaza contra nuestra integridad. Dándose cambios fisiológicos en el cuerpo con el fin de proporcionar velocidad, así la respuesta será lo más adaptativa posible.

Hay muchas situaciones en las que reaccionar de alguna de estas maneras ha resultado muy adaptativo, ya que, a lo largo de la historia, nos han permitido que la especie haya sobrevivido. Pero ¿cuántas veces sentimos un miedo muy grande ante estímulos que no atentan de una manera real sobre nuestra integridad?

Miedo a fallar, miedo al compromiso, miedo a expresar lo que sentimos, miedo a mostrarnos tal y como somos… ¿Son estos miedos adaptativos? ¿Realmente nos protegen o nos ayudan?

Cada persona tiene su historia, con sus respectivas vivencias y huellas emocionales, habiendo sido muchos de estos miedos y reacciones necesarias y adaptativas en algunos momentos de sus vidas. Especialmente cuando somos niños, aprendemos a relacionarnos con el mundo de una determinada manera que nos permite adaptarnos a nuestros entornos más cercanos. El cerebro va creando conexiones nerviosas ante cada experiencia que vivimos y registra todas las estrategias, tanto las que han sido útiles para satisfacer la necesidad del momento, como las que no lo han sido. Así, de una manera muy inconsciente, se empezarán a considerar adaptativas las estrategias que se han considerado útiles, desechando las que no se han considerado útiles.

A simple vista parece que funcionando así todo va bien, pero ¿son las mismas necesidades las que tiene una persona en todas etapas de su vida? Es decir, ¿necesitamos reaccionar de las mismas maneras cuando somos niños que cuando somos adultos?

En muchos casos, si estas estrategias de afrontamiento ante el miedo desarrolladas en la etapa infantil no se revisan, se puede estar dando respuestas que ya no resultan adaptativas ni coherentes con la realidad del adulto.

A pesar de haber supuesto estos estilos de afrontamiento lo más adaptativos e inteligentes en la infancia, en la adultez podemos ver que utilizarlos de una manera automática, ocasiona relaciones disfuncionales y problemas emocionales.

A continuación, se van a detallar los estilos disfuncionales más comunes en consulta:

  • Estilo de rendición: se suele observar en personas que inconscientemente le dan toda la credibilidad a las amenazas o agresiones que han recibido, de manera que se repite todos los mensajes recibidos. Suelen ser personas que han estado sometidas a amenazas o agresiones de manera muy continuada. Posiblemente, de niños, hayan intentado otras estrategias de afrontamiento sin éxito, y fue ésta (la rendición) la manera más inteligente de afrontar.

Las características de las personas que cuentan con este estilo de afrontamiento son: baja autoestima, autoconcepto negativo, sensación de no tener capacidad para muchas cosas, sensación de no poder llevar a cabo cambios, ni tener poder de controlabilidad de sus vidas… numerosas actividades y responsabilidades de la vida cotidiana les suele suponer una fuente de estrés importante.

 

  • Estilo de lucha: se suele dar en personas que han encontrado eficaces las estrategias de compensación, es decir, contraatacando a la agresión o amenaza que fue real en la infancia. Puede parecer bastante adaptativo, pero al ser una defensa excesiva en relación con la realidad del momento actual, supone una perpetuación de los temores e inseguridades, de manera que se hacen más grandes.

Este tipo de afrontamiento se suele ver reflejado en personas que necesitan tener todo bajo control, personas muy reactivas ante ciertos estímulos que los viven como injustos, personas con tendencia a racionalizar e intentar entender todo lo que ocurre a su alrededor, personas con tendencia a intentar arreglar o solucionar cualquier situación que le suponga una fuente de estrés, dependa o no de ellos… Suelen ser individuos con poca tolerancia a los estímulos que les despiertan huellas emocionales. Intentan escapar de la emoción a través del control, la racionalización y la lucha por solucionar.

Al tratarse de individuos que aparentemente tienen la capacidad de afrontar situaciones, pueden dar la impresión de ser personas muy seguras a pesar de que en su interior la inseguridad permanece.

 

  • Estilo evitativo: se suele dar en las personas que han tenido éxito utilizando estrategias de huida. Este tipo de afrontamiento infantil se suele dar en niños que han necesitado alejarse emocionalmente de pensamientos o sucesos que le han producido dolor. Situaciones como exposición continua a agresiones físicas o verbales en casa o en el colegio, por lo que crean un estado de indefensión en el niño, que le lleva a entender que la mejor manera de afrontar estas situaciones es alejándose o negando las emociones que le hacen sentir.

Los adultos que cuentan con este estilo se caracterizan por rechazar relaciones o situaciones que le supongan un movimiento emocional o entrar en emociones con las que no se siente cómodos.

Estos estilos de relación con el miedo no son permanentes, pueden darse cambios en ellos a través del autoconocimiento, la autoconciencia y la adquisición de nuevas estrategias de afrontamiento. Sin este proceso, la tendencia a relacionarse con el miedo va a ser la aprendida de niño.

No solo hay estilos disfuncionales, también existen estilos adaptativos y sanos, sobre todo si desde niño se ha proporcionado una educación y atención emocional adecuada, la persona va a poder contar con un amplio rango de estrategias de afrontamiento ante el miedo y al resto de las emociones, pudiendo elegir cada una de ellas en las diferentes situaciones.

Justo de eso se trata, de poder elegir con más conciencia las estrategias a llevar a cabo, en lugar de utilizar solo una o unas pocas por inercia. Tener la capacidad de entendernos a nosotros mismos y elegir, permite generar unas respuestas mucho más adecuadas y adaptativas para la realidad del momento actual.